Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

jueves, 11 de abril de 2013

Dos poemas de Dylan Thomas



HAY OREJAS QUE OYEN EN LAS TORRES


Hay orejas que oyen en las torres
hay manos que rezongan en la puerta,
hay ojos que en los aleros ven
los dedos en los cerrojos.
¿Debo abrir o quedarme
solo hasta el día en que muera
sin ser visto por extraños ojos
en esta casa blanca?
Manos, ¿qué guardáis, el veneno o las uvas?

Más allá de esta isla ceñida
por un delgado mar de carne
y una costa de hueso,
la tierra yace fuera del sonido
y las colinas fuera de la mente.
Ni pájaros ni peces voladores
turban el reposo de esta isla.

Hay orejas que en esta isla oyen
pasar al viento como un fuego,
hay ojos que en esta isla ven
zarpar los barcos en la bahía.
¿He de correr hacia los barcos
con el viento en el pelo
o he de quedarme hasta el día en que muera
sin dar la bienvenida a marinero alguno?
Barcos, ¿qué guardáis?, ¿el veneno o las uvas?

Hay manos que rezongan en la puerta,
barcos que zarpan de la bahía,
la lluvia golpea la arena y el tejado.
¿He de recibir al extranjero
y al marinero dar la bienvenida,
o he de quedarme hasta el día en que muera?
Manos del extranjero y amarras de los barcos
¿qué guardáis, el veneno o las uvas?





CUANDO DE PRONTO LOS CERROJOS DEL CREPÚSCULO


Cuando de pronto los cerrojos del crepúsculo
ya no encerraron el largo gusano de mi dedo
ni maldijeron al mar enroscado en mi puño,
la boca del tiempo sorbió como una esponja
el ácido lechoso en cada gozne
y se tragó los líquidos del pecho hasta secarlo.

Cuando el mar de galaxia fue sorbido
y liberado todo el lecho seco del mar,
envié a mi criatura para explorar el globo,
el mismo globo de pelos y osamenta
que cosido a mí mismo por mi mente y mis nervios,
mi frasco de materia ligara a su costilla.

Mis fusibles calcularon el tiempo para impulsar su corazón,
él estalló, hecho polvo, hacia la luz
y celebró con el sol un pequeño sabático,
pero cuando los astros asumiendo su forma
dibujaron las briznas del sueño en sus ojos,
ahogó dentro de un sueño las magias de su padre.

Todo surgió armado de la tumba
el cáncer pelirrojo, vivo aún,
los ojos velados de cataratas con sus turbios tejidos;
algunos muertos deshicieron sus quijadas tupidas,
y hubo bolsas de sangre que soltaron sus moscas;
él supo de memoria el sendero de cruces funerarias.

El sueño navega las mareas del tiempo;
el áspero sargazo de la tumba
entrega a sus muertos en este mar tan laborioso;
y el sueño mudo rueda por los lechos
donde las sombras comen el alimento de los peces
y a través de las flores, emergen hacia el cielo.

Cuando de pronto giraron las tuercas del crepúsculo,
y la leche materna fue dura como arena,
envié a mi propio embajador hacia la luz;
por truco o por azar él se durmió
y por arte de magia se armó de una osamenta
para robarme los fluidos en su corazón.

Despierta, mi durmiente, hacia el sol,
trabajador en la mañana pueblerina
y deja a este soñoliento en el sitio en que yace;
han caído los cercos de la luz,
sólo quedan en pie los jinetes más diestros,
y hay mundos que cuelgan de los árboles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario