Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

jueves, 15 de octubre de 2015

Un poema de Irma Peirano

Irma Peirano


OCHO ANTE MERIDIANO 

Originas la luz desde la luz. Estás 
como hechizada plata durmiendo sobre un río. 
Mientras la vida asigna sus vesperales números 
a las cosas que pasan, tu estás sobre la luz. 

Te salvas de morir como el aire en los pozos. 
Te salvas por los altos tallos y su estructura 
con el color agudo de una flor solitaria 
mientras la tierra acude a cumplir sus entierros. 

No estás en lo acabado, en la ceniza. Vives, 
inmóvil como un rayo de espesura sombría, 
con tu selva compacta de besos y de besos 
sólo atisbando el dulce animal de mi carne. 

Cunden por desoladas madrigueras del viento 
los oscuros alertas y adioses trashumantes, 
hartamente convictos de muertes en la aurora, 
llevándose sus pálidos marineros varados. 

En tanto se deslizan a sus rápidos huecos 
todas las cosas, sube tu volumen, tu forma, 
con tu olor persistente de flor desagotada 
en un artificial vaso desvanecido. 

Y tu voz sale a todos los ángulos del ruido. 
Sale con su premura de urgente maravilla 
sacudiendo la sorda ramazón de las calles 
en la librada nota azul de las sirenas. 

No se puede morir, no se puede morir 
cuando el grito está dado, lanzado sin retorno 
y calienta los fríos canales de la sangre 
y protege temblando de piedad lo desnudo. 

Cuando el día se inicia elemental y blanco 
llega tu olor distante trasegado de vida. 
Todas las cosas suman tu color y tu forma 
mientras pasan las lentas veredas traficadas. 

- . - . - 

IRMA PEIRANO. Poesía reunida. Selección y prólogo: Martín Prieto. Editorial Municipal de Rosario. Rosario, 2003. Pp. 150-151.

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